Un estudio localiza e inventaría 56 barracas tradicionales en el delta del Ebro
Las barracas son construcciones muy populares que vienen de antiguo. En su forma más tradicional, eran una modestísima edificación de planta rectangular, con un esqueleto de madera sobre el que descansaba una cubierta de doble vertiente sujetada por paredes verticales; o bien a veces, estaban construidas directamente en el suelo.
Actualmente, restauradas y acondiconadas pero sin que pierdan su esencia característica, a las barracas se les dan diferentes usos: como casa de payés, como restaurante o como vivienda turística.
Barraques 2100
El proyecto Barraques 2100 ha inventariado 56 de estas construcciones tradicionales en el delta del Ebro, más de un 90% de las cuales se encuentran en buen estado. La mayoría fueron construidas en las décadas de los años 1990 y 2000, pero algunas de ellas ya presentan evidentes signos de deterioro. El inventario, junto a un estudio urbanístico y térmico, quiere ser la base para impulsar el reconocimiento de este patrimonio, tanto desde la vertiente material como inmaterial. Además, los impulsores de la investigación, la Asociación Sedimentos, el Colegio de Arquitectura Técnica de las Terres de l’Ebre y la URV, plantean la posibilidad de que la normativa urbanística del territorio reconozca las barracas y regule su construcción , con criterios de sostenibilidad.
«Queremos poner en valor las barracas del delta del Ebro, tanto los edificios como las técnicas, los materiales, identificando los lugares más cercanos y adecuados para su construcción», ha explicado uno de los autores de la investigación, el antropólogo y periodista Josep Juan, de la Asociación Sediments. El proceso de investigación, que ha contado con el apoyo del Institut Ramon Muntaner (IRMU) y el Departamento de Cultura, ha permitido inventariar estas construcciones siguiendo las fichas de bienes inmuebles indicadas del propio IRMU, aportando material fotográfico y entrevistas.
Mayoritariamente, constata el documento, el principal uso de «maset», como está definido por el Plan director urbanístico de las construcciones agrícolas tradicionales de las Terres de l’Ebre. También se emplean como almacén, en once casos. La mayoría están asociadas a los usos agrícolas, diez tienen uso aparente de vivienda y cuatro como alojamiento turístico. Las dimensiones de las barracas son muy variables, constatan: la media es de 71,4 metros cuadrados, aunque la barraca mayor es de 173 metros cuadrados y la más pequeña es de 10,85 metros cuadrados.
El municipio que más chozas concentra es Amposta, con 24; seguido de Deltebre, con 18; y Sant Jaume d’Enveja, con once. El 80% de estas construcciones se levantó en las dos décadas entre 1990 y 2010. Sólo tres son de antes de 1990, curiosamente. El hecho de que la gran mayoría se encuentre en buen estado de conservación, apuntan los autores, responde a que anteriormente a esta época se hacían con una madera poco resistente y con materiales biodegradables, que favorecieron su descomposición acabaron descomponiéndose sin dejar vestigios.
El apreciable descenso en el número de valladas construidas, especialmente durante los últimos diez años, se debería, precisamente, a la actual Ley de Urbanismo de 2002, que prohibió nuevas construcciones para viviendas en suelo no urbanizable. Únicamente está permitido restaurar masías o granjas en zonas no urbanizables y utilizarlas para uso turístico o de vivienda de profesionales del sector primario. La inexistencia de restos de chabolas antiguas, por la biodegradación de los materiales, habría impedido su reconstrucción, dada la exigencia legal de vestigios para poder recuperarlos.
Reconocimiento y revisión normativa
Juan cree que el primer paso para garantizar su preservación debería prever su reconocimiento como una «zona de interés etnológico, como se hizo con las coheteras del Delta». Desde el punto de vista urbanístico, recuerda que un plan especial reconoció también las casas de los guardacanales existentes en la zona. Considera, además, que habría que revisar la actual normativa de construcción que frena la construcción de chabolas y casas de campo.
«Ahora está muy restringido a las personas que tienen una actividad agrícola. Los tiempos han cambiado y hay actividades económicas muy significativas en el Delta, que han ganado espacio, como el turismo, que darían un uso a las construcciones para que tengan un futuro. Es necesario trabajar en la línea de dar un mayor abanico de posibilidades dentro de la normativa por su existencia o resultará muy complicado que las personas opten por invertir en quedarse en el territorio y hacer barracas», ha remarcado Juan.
El proyecto Barraques 2100 incide especialmente en el carácter sostenible de este tipo de construcciones tradicionales. Quiere hacerlo yendo más allá del aprovechamiento de materiales presentes en el entorno y biodegradables, tal y como se efectuaba la construcción tradicional. En esta línea, el proyecto trabaja también en el diseño de un prototipo de barraca que sea autosuficiente energéticamente y que permita gestionar de forma integral aguas residuales y desechos sólidos. Como ejemplo, Juan no descarta que las nuevas construcciones acaben sustituyendo la cubierta vegetal del tejado por paneles solares.